Sueños, decepciones y éxitos.

Tubular Bells es un tema musical icónico que ya es parte de nuestra historia y de nuestras vidas. Y no solo por ser la banda sonora de El Exorcista.

Las hipnóticas notas que se repiten a lo largo y ancho de sus 45 minutos de duración fueron compuestas por Mike Oldfield cuando este tenía solo 17 años en un minúsculo cuarto y con unos medios muy escasos.

El sueño de Mike era poder hacer una maqueta y presentarla a los principales estudios de grabación y a las emisoras de radio británicas para darla a conocer. Sin embargo, después de casi 200 intentos en todo tipo de locales, llamando a las puertas y presentándose, la respuesta siempre era un NO:

 

¿Y quién eres tú? Nadie te conoce, solo eres un mocoso y hay miles como tú llamado aquí cada día?

 

Pero Mike, que ciertamente creía en su sueño, no desesperó.

 

Un día, paseando por Londres, entra en una pequeña tienda de discos y se presenta al dueño con la idea de hablarle de su tema musical. El dueño del local era un joven de 22 años llamado Richard Branson, y su tienda se llamaba Virgin Records, por lo de ser ‘virgen’ en esto de la música.

Resulta que Richard y Mike congeniaron rápidamente y, una vez escuchada la canción, se queda en la tienda, donde grupos de hippies y outsiders empiezan a oírla sentados en el suelo y, probablemente con alguna sustancia en el cuerpo no aconsejable para cualquiera.

Y Branson descubre que el tema no solo gusta, sino que se va haciendo famoso en el barrio donde está su tienda de discos. El boca-oreja en ese público de los años 70 tan especial hizo el resto.

Richard Branson, impresionado, reúne los ahorros que tiene para grabar Tubular Bells en un estudio en condiciones (de hecho, el tema necesitaba de varias pistas independientes para lograr el efecto que deseaba Oldfield).

 

¿Qué necesitas Mike? Dos guitarras, un sintetizador y varias campanas tubulares, respondió Oldfield.

 

De alguna manera, Branson sabía que había algo especial en esa composición, pero ¿le gustaría al gran público?

Una vez grabada, ambos siguieron el mismo recorrido que hizo antes Mike, con idénticos resultados. El sueño se desvanecía.

Como último recurso, Branson recurre a un DJ muy famoso en esa época en Londres (años 70) y se presenta en su emisora de radio, donde tenía un exitoso programa musical nocturno. Con este DJ no fue diferente la cosa.

 

¿Cuántos temas tiene el disco? ¿Solo uno? ¿Y dura 45 minutos? Mirad, yo pongo muchas canciones en mi programa y esto que me traes no tiene ni pies ni cabeza. Además, ¿quién eres tú? ¿Mike Olfield? ¡No te conoce nadie! Lo siento, pero NO.

 

Pero, una vez fuera, Mike deja sibilinamente el disco debajo de su puerta. Quién sabe…

 

Cada noche, Mike y Richard oían el programa con la esperanza de oír las notas de las campanas tubulares. Y nunca aparecían. Hasta una noche en la que, a través del receptor, ambos pudieron oír casi íntegramente todo el tema. ¡Lo habían conseguido!

En poco tiempo, Tubulars Bells empezó a ser un tema que estaba en todas las emisoras, todo el mundo hablaba de ella, las ventas de discos comenzaron a crecer. Crítica y público calificaron el disco como obra maestra. Hasta tal punto fue un éxito que propusieron a Mike Oldfield ofrecer un concierto.

Con más de 10000 entradas vendidas, Mike estaba más que asustado. Él no era un artista de directos, solo componía. Y únicamente Branson fue capaz de convencerle de que tenía que ir sí o sí. Y lo consiguió, aunque para ello tuvo que ofrecerle su coche a cambio, o eso dice la leyenda.

 

El resto es historia conocida.

 

El éxito final de Mike Oldfield y su Tubular Bells se cimentó en un producto innovador y muy diferente para la época, la obra de un genio desde luego, pero, además, contó con una fuerte fe en lo que estaba haciendo y en una lucha diaria por conseguir sus objetivos. Pico y pala y mucha resiliencia, algo de lo que hoy hablan todos.

Y por supuesto, un poco de suerte. Richard Branson apareció en el momento lugar precisos. No solo creyó también en el disco y en Oldfield, sino que hizo suyo el proyecto y luchó para conseguir que despegara (como despegarían años más tarde los aviones de Virgin Atlantic Airways).

Del sueño a éxito pasando por la decepción.

 

Como profesional de estrategia de negocio, he tenido la inmensa suerte de poder encontrar en mi camino con varios ‘Olfields’, personas con proyectos muy interesantes y viables que necesitaban de un ‘Branson’ para despegar en el mercado.

 

Estoy hablando de emprendedores que conocí en fase casi embrionaria y que hoy son empresas en crecimiento y consolidadas.

Y también de pymes que intentaban dar a luz un nuevo producto o servicio y no encontraban la forma de hacerlo. Y que también lo han conseguido.

Y hoy sigo como el primer día, compartiendo desafíos con muchos profesionales que arriesgan todo por lograr sus objetivos. Estar a su lado es un privilegio.

La estrategia empresarial, de la que no tienen por qué entender los que se dedican a crear un negocio o un nuevo producto, muchas veces obra la magia. Si, además se trabaja duro y se es persistente (cambiando cosas cuando hay que cambiarlas y apostando por lo que creemos que funciona), y con un poco de suerte añadida, lo normal es tener éxito.

Muchas veces los sueños no llegan a hacerse realidad porque no se confía en el proyecto de uno mismo, incluso teniendo entre manos algo que podría triunfar en el mercado. Cuando tienes a un ‘Branson’ a tu lado, con una visión estratégica más amplia, las posibilidades se multiplican.

La historia de Tubulars Bells es la historia de muchas pymes. Profesionales que unen esfuerzos para convertir sueños en realidades, con muchas decepciones en el camino. No hay otro camino.

Mi consejo: que nunca te quede la duda de lo que hubieras podido lograr o hasta donde hubieses llegado persiguiendo tu sueño; sencillamente, ponte a ello y lucha por conseguirlo.

 

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