Dinosaurios, Imperios y Papas…

Uno de los misterios que más me han intrigado y que siempre recuerdo cuando veo o leo algo sobre los dinosaurios es el larguísimo reinado que mantuvieron sobre todas las demás especies durante 160 millones de años.

Para entender esto y ponerlo en su verdadero contexto, piensa que nuestra especie, el Homo Sapiens Sapiens, «solo» tiene 300000 años de historia, como mucho. Sin embargo, los reptiles terribles estuvieron en nuestro planeta un período 500 veces más extenso que nosotros.

Y lo que siempre me he preguntado es qué es lo que les permitió a estos animales estar tanto tiempo en la cumbre de la evolución, sin competencia importante de ninguna otra especie.

Y creo que la adaptación a los diferentes entornos y climas es posiblemente la razón de su larga existencia. En 160 millones de años seguramente pasó de todo, sequías, frío extremo, nuevas especies, extinciones… y a todo ello se sobrepusieron estos animales.

Claro está que, cuando hablamos de dinosaurios, incluimos a ejemplares de todos los tamaños y aspectos, tanto terrestres como acuáticos o aéreos. Ocuparon todos los nichos posibles, adaptándose a los cambios e impidiendo a otras especies expandirse, como a los mamíferos, por ejemplo.

 

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Otro ejemplo de longevidad que también me ha sorprendido siempre son algunos de los imperios históricos.

Roma, por ejemplo, con sus épocas de gloria y también de crisis, reinó en occidente casi mil años. Cierto es que atravesó etapas muy diferentes, como la República o la de los emperadores, pero estuvo en la cima durante diez siglos.

Egipto, también con sus altos y bajos, tuvo incluso más tiempo de vida -más de tres mil años- una barbaridad que no soy capaz de imaginar. Bueno, los 160 millones de años de los dinosaurios tampoco.

Estos imperios basaron su fortaleza también en una adaptación a los diferentes escenarios que se iban presentando. Roma, por ejemplo, adaptaba sus leyes a la idiosincrasia de cada país conquistado, mientras que Egipto basó su estrategia en la explotación de las riquezas del río Nilo sumado a una divinización de sus faraones y a una sociedad muy estructurada.

 

En ambos casos, supieron adaptar su sistema de gobernanza a las diferentes situaciones que se iban produciendo, fueron resilientes con las malas etapas e hicieron las transformaciones y cambios que fueron necesarios en cada momento.

 

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El tercer ejemplo histórico que también me asombra cada vez que lo pienso es la Iglesia Católica, dos milenios de existencia desde su origen a principios del siglo I de nuestra era.

También en este caso no ha sido una presencia homogénea durante todo el tiempo. Diferentes Papas, incluso dos al mismo tiempo, cambios en la estructura organizativa y de poder, modificaciones del canon y otras muchas le han permitido sobrevivir, expansionarse y consolidarse como una de las pocas instituciones con un poder real mantenido durante siglos.

Es un ejemplo excepcional desde luego, pero que ilustra perfectamente como una estrategia de adaptación a los cambios, manteniendo la esencia de la organización, puede perpetuar -al menos hasta hoy- su presencia.

 

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¿Por qué te cuento todo esto?

Si te paras a pensarlo, verás que los ejemplos anteriores pueden ofrecernos alguna pista acerca de qué elementos pueden condicionar la existencia de una especie, imperio u organización a lo largo del tiempo, evitando a la vez las causas de su desaparición.

 

Y aquí es donde veo un paralelismo con las empresas.

 

Hace un tiempo escribía en mi blog sobre Las Edades de las Pymes, un artículo donde hacía un paralelismo entre las etapas vitales de nosotros, las personas, y las de las pymes.

Después de atravesar las etapas de nacimiento, juventud, madurez y ocaso, se llegaba al final, que, dependiendo de la estrategia que se haya seguido en la fase de ocaso, será un nuevo inicio que se parecerá un poco a la infancia (si se ha optado por una estrategia rupturista) o a la juventud (algo más parecida a la empresa original).

En todo caso, la empresa debe hacer un cambio, un transformación, obligada por factores internos o -más habitual- externos, para garantizar su continuidad.

 

Vemos así como, al igual que los dinosaurios, los imperios o la propia Iglesia Católica, la adaptación a una nueva situación es la clave para seguir existiendo.

Y tenemos muchos ejemplos de organizaciones que experimentaron cambios profundos a lo largo de su historia para mantenerse vivas en el mercado.

 

Nokia nació en 1865 fabricando papel y posteriormente caucho, antes de desembarcar en las telecomunicaciones.

Peugeot comenzó su andadura fabricando molinillos de café y especias.

Colgate vendía jabones y velas.

Las batas de boatiné era el producto que fabricaba Zara en sus inicios.

 

Y otras que sucumbieron por no entender los cambios que se estaban produciendo en el mercado y no adaptarse, como Blockbuster, Toys R Us o Polaroid.

 

En realidad, una empresa no tiene porqué durar eternamente. Tampoco los dinosaurios o los imperios lo hicieron (y tampoco lo conseguirá la Iglesia Católica).

Los dinosaurios desaparecieron porque un cambio drástico en el entorno, provocado por un meteorito, les impidió reaccionar a tiempo para adaptarse, dando paso a los mamíferos.

Roma cayó por circunstancias internas, quizás por las luchas de poder, la disgregación geográfica o la nula capacidad para evolucionar.

Y lo mismo Egipto.

 

Y, sin embargo, hay notables ejemplos de empresas muy antiguas que siguen vivas…

 

Barovier & Toso siguen haciendo cristal de Murano desde 1295.

Gallet ya hacía relojes en 1466.

Codorníu comenzó a producir vino en 1551.

Barclays se fundó en 1690.

Y la albaceteña Arcos lleva fabricando cuchillos desde 1745.

 

Pero lo normal es que una empresa no sobreviva durante siglos, a menos que vaya haciendo cambios profundos de forma periódica. Y, aun así, un evento inesperado, como por ejemplo la reciente pandemia, puede hacer desaparecer un negocio de toda la vida, como de hecho ha sucedido.

 

 

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El futuro nadie lo conoce, no somos adivinos ni tenemos el don de la precognición, pero si de algo estamos totalmente seguros es de que el cambio estará siempre presente en nuestras vidas.

Esa innegable y terrible realidad hace que la visión estratégica tenga hoy más importancia que nunca.

Siempre he mantenido que la obligación más importante de cualquier responsable en una empresa es quizás garantizar su continuidad y rentabilidad en el futuro. Esta continuidad, como hemos visto, tiene que enfrentarse a cambios constantes, y hay que hacerlo con…

 

▶️Una adaptación, dentro de las posibilidades, a esos cambios.

▶️Una resiliencia, que haga fuerte a la organización para hacer frente a los factores negativos.

▶️Una capacidad para poder hacer las transformaciones que necesita la empresa para garantizar su continuidad.

 

Quizás te parezcan una obviedad, pero no es tan habitual que las organizaciones piensen en su futuro. Suelen tener unas anteojeras que les impiden tener una visión 360° del negocio, solo ven lo cercano, lo inmediato, que muchas veces no es lo más importante.

 

 

Las estrategias de adaptación y transformación son precisamente las que facilitan a la empresa la necesaria visión a largo plazo, las únicas que le van a permitir seguir en el mercado y ser competitiva.

 

Dentro de las transformaciones para adaptarse hay multitud de estrategias, como las alianzas, el lanzamiento de nuevos productos o servicios, la modificación de los procesos de venta y distribución, la incorporación de las nuevas tecnologías o la política para atraer a los mejores profesionales.

Y todas ellas no se hacen en el corto plazo. Requieren inversiones, tiempo y planificación.

 

▶️ Los dinosaurios hicieron miles de cambios evolutivos en esos ciento sesenta millones de años.

▶️ Los imperios tuvieron que adaptarse poco a poco a lo que se enfrentaban durante su crecimiento y expansión.

▶️ La Iglesia siempre se alineó con el entorno de cada época.

 

Y ninguna de esas acciones se hicieron de forma espontánea e irreflexiva.

 

Las empresa que quieran perdurar deberían tomar nota de estos ejemplos históricos que me siguen asombrando.

 

Creo que su capacidad para sobrevivir esconde algo más que un deseo de permanencia. Hay unos factores internos que se ponen en marcha para garantizar la supervivencia, de forma inconsciente en el caso de los dinosaurios, pero muy meditados en el resto de los casos.

 

Por suerte, actualmente las organizaciones disponen de algo que no tenían los egipcios ni los romanos, al menos en su versión moderna, como es el pensamiento estratégico.

 

Esta capacidad es la que ve hoy el futuro deseado para la empresa y construye el camino y las actuaciones para llegar a él con seguridad y confianza.

 

Como puedes hacer con tu negocio.

 

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