Tienes un buen producto…pero nadie lo sabe (incluido tú).

En muchas ocasiones, durante las primeras visitas que hago a clientes nuevos, me he encontrado con situaciones a las que nunca les hallo explicación. Y es que siempre digo que hay demasiadas empresas mirándose al ombligo continuamente, con poca o nula capacidad crítica para valorar qué negocio tienen y cómo hacerlo rentable.

 

Si bien es cierto que existen los que se creen que tienen lo mejor de lo mejor, al menos para ellos, estos en realidad no son tantos; no está la situación como para salir al mercado con prepotencia y con ínfulas de superioridad. Si se pierde el respeto a la competencia, como también a los clientes, lo normal es que te despidas del mercado, o más bien te despidan.

 

Pero hay otro grupo de personas que también tienen un sesgo igualmente contraproducente, no tan lesivo como el de los engreídos con su marca pero que también les perjudica. Me refiero a aquellos que han conseguido diseñar un excelente producto o servicio, muchas veces autenticas joyas para el mercado, pero que tristemente permanecen ocultos para la mayoría de la gente.

 

Se podría llamar «timidez empresarial», aunque también podría denominarse «estupidez empresarial». Todo depende de cómo te lo quieras tomar. Para mí, en la mayoría de los casos que he visto, suelen ser cuestiones relacionadas con la falta de información. Que luego eso derive en timidez o estupidez dependerá de la personalidad de cada directivo.

 

 

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Haciendo un paralelismo con el comportamiento de las personas, que suele ser revelador, por cuanto, como he señalado muchas veces, personas y empresas tienen perfiles y evoluciones similares, vemos que,  efectivamente, hay muchas personas tímidas, estúpidas y, sobre todo, desinformadas.

 

Cuántas veces nos hemos encontrado con gente con unas capacidades muy por encima de la media y que, sin embargo, languidecen en trabajos y vidas grises y anodinas.

 

O personas con valores excepcionales, que podrían aportar a la sociedad mucho, mejorando la vida de otras personas y que, por desgracia para los que somos «la media», no acaban por trasladar esas virtudes al los que tienen alrededor.

 

El problema, como parece que sucede en las organizaciones, suele ser la incapacidad de estas personas para reconocer los elementos positivos que tienen, una baja autoestima quizás, un conformismo apático o la falta de incentivos para dar un paso adelante y salir a la luz.

 

Timidez, indiferencia o cualquier otro atributo que quieras, al final el resultado para estas personas no es bueno, tampoco para los que se relacionan con ellos. En primer lugar, se pierde un activo que contribuiría al desarrollo personal del individuo, pero que también impide que otras personas también se beneficien de ello.

 

La solución pasa por analizar la información que cada uno tiene a su alcance, que es la que tiene de sí mismo. Una reflexión introspectiva, que sea sincera y que valore en su justa medida lo que somos y lo que podemos aportar, suele dar con claves interesantes para darnos cuenta de la verdad sobre nosotros.

 

Soy de los que piensan que todas, absolutamente todas las personas, tienen capacidades valiosas, que les hacen únicos y especiales. Reconocer esto es el primer paso para investigarnos a nosotros mismos y descubrirlas.

 

Al hacerlo, daremos un gran paso adelante hacia nuestra autorrealización y, de paso, contribuiremos en nuestras relaciones con los otros a que estos también lo consigan.

 

 

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Si volvemos a las empresas, el panorama es el mismo.

 

Toda empresa tiene virtualmente capacidades desaprovechadas. No es un brindis al sol, es una realidad con la que, como he señalado, me ha topado en innumerables ocasiones.

 

He visto productos fantásticos, procesos innovadores o tecnologías sorprendentes. Pero también personas con una capacidad creativa fuera de lo común. Y, sin embargo, las empresas que tienen todo esto están desvanecidas en el mercado.

 

Y es cuando hago los primeros análisis en la organización -paso previo a la creación de una estrategia- cuando salen a la luz estos y otros componentes, ¡para sorpresa de los directivos!

 

Y uno de los motivos más habituales para estar a ciegas en la propia empresa suele ser la estabilidad de esta. Si las ventas, más o menos, se mantienen…

 

Aunque también me he encontrado con casos en los que se desconoce lo que se tiene sencillamente porque nunca nadie se ha parado a preguntarse cosas como

 

▶️ Qué empresa soy.

▶️ Qué aporto a mis clientes.

▶️ Que hago mejor que otros.

▶️ Qué podría hacer, además de lo que hago.

▶️ …

 

En definitiva, nunca han hecho ese ejercicio reflexivo para encontrar los elementos que la hacen diferente, única y valiosa.

 

La falta de información sobre la propia empresa, añadida a la de clientes y competencia forman el caldo de cultivo perfecto para que el negocio permanezca en la sombra, cuando podría alcanzar metas mucho más ambiciosas…y a su alcance.

 

Por eso no es timidez o falta de confianza, es simplemente desconocimiento sobre las propias capacidades que, como las personas, todas las empresas poseen.

 

Y ese desconocimiento lleva a la estupidez de perder oportunidades de negocio viables y realistas.

 

 

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La sorpresa que se llevan estos directivos al descubrir todo lo que están dejando de hacer y lo que tenían delante de sus narices -sin saberlo- suele ser extraordinaria, por inesperada, pero también por no haber sido capaces de verlo.

 

Después de tantos años, a mí también me resulta sorpresiva esta reacción. No es para menos; se pasa de considerarse una empresa más, del montón, a ser una diferente, nueva y con muchas más posibilidades de crecimiento.

 

Y eso sin modificar prácticamente nada de lo que ya tenían.

 

Las organizaciones que han sabido dar este necesario y valiente paso para saber quiénes son y lo que pueden hacer son las que luego destacan frente a sus competidores, aunque siempre dirán…¿Por qué no lo había hecho antes?

 

Siempre se puede salir de la oscuridad, solo hace falta ser consciente de que tenemos que analizarnos en profundidad para conocer nuestra naturaleza. Saldrán debilidades y malas prácticas, por supuesto, pero también las oportunidades ocultas.

 

Y, en ese camino, el «pensamiento estratégico», al que tantas y tantas veces hago referencia, tan desconocido como ninguneado, es actor protagonista. Una pensamiento que tiene que estar siempre presente en el seno de las personas que dirigen el rumbo del negocio, no de forma esporádica.

 

Abandonar la cueva, dejar de ser estúpido y reconocer que tienes mucho más de lo que imaginas y que puedes aprovecharlo. Hazlo por tu empresa, pero lo estarás haciendo también por las personas que trabajan en ella y por tus clientes.

 

Yo creo que merece la pena.

 

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